Ingolstadt an der Donau, la ciudad a la que llegamos desde Donauwörth después de una jornada en la que tendremos ocasión de ir descubriendo el mágico encanto de pedalear con el Danubio como música de fondo, tiene alrededor de 130.000 habitantes. Es una ciudad industrial y actual que presume de refinerías de petróleo y de una imponente fábrica de Audi como valores sobresalientes (los aficionados al motor se divertirán en el Audi Forum con la visita al Audi Museun Mobile), además de un atractivo centro histórico. La entrada occidental al centro medieval de la ciudad se hace a través de la torre Kreuztor, construida en 1385. El nombre de la torre proviene de una casa de leprosos que se situaba al oeste de las murallas de la ciudad hasta su destrucción en 1546. Esta torre de guardia de siete torreones era una de las cuatro puertas de la segunda muralla de la ciudad.
Dejando aparcada la aureola del mítico personaje literario, es preciso callejear por la ciudad, ver el castillo o entrar a visitar Liebfrauen Minster (catedral de Nuestra Señora), una de las iglesias más llamativas del sur de Alemania. Asimismo, un dato relevante que conviene tener en cuenta es que la cerveza forma parte importante del pasado y del presente de esta ciudad. Y estas cosas, con el cuerpo y el alma en disposición adecuada después de tantas penalidades, conviene comprobarlas. Un hecho histórico relacionado con el asunto es que aquí en 1516 se promulgó la primera ley sobre la fabricación de la cerveza (Ley de la Pureza de la Cerveza Bávara). Un lugar de paso obligado es el Museo de la Cerveza Kuchlbauer, una fábrica centenaria. Dicen los expertos que la Kuchlbauer Aloysius, una weizenbock (cerveza de trigo), "es una excelente y maravillosa cerveza a la altura de la mejores del género". Tendremos que catarla para comprobar la veracidad de tan categórica afirmación por parte de los especialistas.
También es preciso acercarse a la Asamkirche Maria de Victoria, una iglesia rococó del siglo XVIII que aunque por fuera no llama especialmente la atención, su interior atesora una verdadera joya: el fresco sobre superficie plana más grande el mundo. La gran obra de Cosman Damian Asam utiliza en el techo de la nave una técnica con las características del trampantojo, a base de juegos ópticos y de perspectiva. (Hay que buscar un señor delante de un edificio, que según desde donde mires se cambia de pared y un arquero que vayas a donde vayas te está apuntando con la flecha).
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