sábado, 18 de julio de 2015

Frankenstein en Ingolstadt

Ingolstadt an der Donau, la ciudad a la que llegamos desde Donauwörth después de una jornada en la que tendremos ocasión de ir descubriendo el mágico encanto de pedalear con el Danubio como música de fondo, tiene alrededor de 130.000 habitantes. Es una ciudad industrial y actual que presume de refinerías de petróleo y de una imponente fábrica de Audi como valores sobresalientes (los aficionados al motor se divertirán en el Audi Forum con la visita al Audi Museun Mobile), además de un atractivo centro histórico. La entrada occidental al centro medieval de la ciudad se hace a través de la torre Kreuztor, construida en 1385. El nombre de la torre proviene de una casa de leprosos que se situaba al oeste de las murallas de la ciudad hasta su destrucción en 1546. Esta torre de guardia de siete torreones era una de las cuatro puertas de la segunda muralla de la ciudad.

Sin embargo, al margen de los innegables valores arquitectónicos, siempre resulta interesante curiosear en las otras cosas, aquellas que no tienen mucho que ver con la monumentalidad ni con el urbanismo, pero que impregnan los lugares de un ambiente especial, que le proporcionan un color propio. En este caso, algo que ha dado a Ingolstadt un tono único y lo que pone los curiosos ojos del mundo sobre este punto de la Tierra ha sido la aparición con fuerza en su historia de un personaje mundial que realmente nunca existió, el científico Victor Frankenstein. En 1818 una joven escritora, Mary Shelley, situó en Ingolstadt la acción de su novela Frankenstein o el moderno Prometeo e hizo que en este lugar el mítico doctor diese vida a aquella criatura espeluznante. Posiblemente la autora eligió Ingolstadt porque en la ciudad había una de las facultades de medicina más prestigiosas de Europa, la Escuela de Alten Anatomie de la Universidad de Baviera (hoy convertida en Museo de Historia de la Medicina), por lo que la gente sabía que era práctica habitual que entre aquellas paredes del saber profesores y estudiantes experimentasen con cadáveres, lo que daba lugar a todo tipo de fantasías y especulaciones.

Dejando aparcada la aureola del mítico personaje literario, es preciso callejear por la ciudad, ver el castillo o entrar a visitar Liebfrauen Minster (catedral de Nuestra Señora), una de las iglesias más llamativas del sur de Alemania. Asimismo, un dato relevante que conviene tener en cuenta es que la cerveza forma parte importante del pasado y del presente de esta ciudad. Y estas cosas, con el cuerpo y el alma en disposición adecuada después de tantas penalidades, conviene comprobarlas. Un hecho histórico relacionado con el asunto es que aquí en 1516 se promulgó la primera ley sobre la fabricación de la cerveza (Ley de la Pureza de la Cerveza Bávara). Un lugar de paso obligado es el Museo de la Cerveza Kuchlbauer, una fábrica centenaria. Dicen los expertos que la Kuchlbauer Aloysius, una weizenbock (cerveza de trigo), "es una excelente y maravillosa cerveza a la altura de la mejores del género". Tendremos que catarla para comprobar la veracidad de tan categórica afirmación por parte de los especialistas.

También es preciso acercarse a la Asamkirche Maria de Victoria, una iglesia rococó del siglo XVIII que aunque por fuera no llama especialmente la atención, su interior atesora una verdadera joya: el fresco sobre superficie plana más grande el mundo. La gran obra de Cosman Damian Asam utiliza en el techo de la nave una técnica con las características del trampantojo, a base de juegos ópticos y de perspectiva. (Hay que buscar un señor delante de un edificio, que según desde donde mires se cambia de pared y un arquero que vayas a donde vayas te está apuntando con la flecha). 

Pincha aquí para tener una panorámica de la iglesia

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