Estoy seguro de que, aunque a veces sean opiniones apasionadas, buena parte de las maravillas que se atribuyen a la bicicleta son verdad. Posiblemente pedalear moderadamente y con frecuencia permita alargar la vida, sirva para reducir el riesgo de infarto, ayude a que la tensión arterial mejore y a rebajar el nivel malo de colesterol. Incluso admito que pueda llegar a minimizar ciertos dolores de espalda gracias a la posición en la que se pedalea y al fortalecimiento de determinados músculos.
Tampoco se pueden poner objeciones a las incuestionables ventajas económicas y ecológicas que esgrimen llenos de razón los bicicleteros militantes.
Pero aunque todo eso me parezca importante, lo que realmente a mí me encanta de andar en bicicleta es que me hace sonreír.
Tampoco se pueden poner objeciones a las incuestionables ventajas económicas y ecológicas que esgrimen llenos de razón los bicicleteros militantes.
Pero aunque todo eso me parezca importante, lo que realmente a mí me encanta de andar en bicicleta es que me hace sonreír.
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